Mes: octubre, 2021

Historia de un aspierante gitano a profesor

by Daniel Campos

imatge article Dani Campos

Empezaremos esta historia en un 15 de octubre de 2017, el personaje principal: yo mismo, Daniel Campos, un gitano del barrio de Buen Pastor, Barcelona. Entonces el personaje tenía 26 años, estaba casado y tenía dos hijos y trabajaba como barrendero. Lo único que tenía en mente, respecto a mi futuro, era firmar un contrato indefinido en la empresa donde trabajaba, nada más y nada menos.

Pero de repente, aquel 15 de octubre me encuentro en la calle con un viejo amigo del instituto a quien hacía mucho que no veía, Juan. Un gitano del barrio, compañero mío en la secundaria que, como yo, después de la ESO se desvinculó de los estudios, se casó y formó una familia. Recuerdo que me acerqué a saludarlo y me llamó la atención la mochila que llevaba. Juan me dijo que la llevaba porque estaba cursando el grado de trabajador social en la Universidad de Barcelona y la necesitaba para el portátil y las libretas.

Me impactó mucho, pero lo que más me sorprendió fueron sus últimas palabras: “Dani, tú también puedes, tienes la capacidad de lograr cualquier grado”. Recuerdo que aquellas palabras llegaron al fondo de mi corazón. Aquel amigo confiaba en mí más que todos los maestros que nunca he conocido y que todo el sistema educativo junto. Su mensaje positivo, convincente y esperanzador caló dentro de mí.

Antecedentes: De entrada, os hablaré un poquito de mi familia y mi entorno. Ninguno de mis familiares había llegado a graduarse en la ESO, ni habían logrado ninguna formación académica o profesional. El paso por la escuela de mis amigos tampoco tuvo un signo diferente al de mi familia, y la mayoría de ellos se dedican a la venta ambulante. Crecí sin ningún referente en el ámbito académico.

Mi paso por la primaria lo recuerdo con mucha alegría y nostalgia, lleno de recuerdos positivos y bonitos, rodeado de amigos y profesores entrañables. Sin embargo, en cuanto a la secundaria, mi recuerdo no es tan alegre, puesto que el centro nos ofrecía un nivel educativo muy bajo, el profesorado no esperaba gran cosa de la mayoría del alumnado y la motivación de los alumnos respecto a los estudios era más bien baja. La combinación resultaba en un cóctel perfecto para conseguir el fracaso escolar y el abandono prematuro de mis compañeros y mío. Aun así, aprobé la ESO.

Acabada la secundaría, me decido a cursar un Ciclo Formativo de electromecánica. Pero, como era de esperar, no tenía el nivel necesario para seguir el ritmo del curso. Mi graduado era equivalente al nivel de primero de la ESO de aquel centro. No tardé a decidir dejar el ciclo y ponerme a trabajar. Aquí acabó mi formación académica con tan solo 17 años.

Volvemos al 15 de octubre de 2017: Aquella conversación con mi amigo me impactó, a los pocos días me llevó al Plan Integral del Pueblo Gitano, donde él y otros gitanos y gitanas se preparaban para presentarse a la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años.

Aquella misma semana ya era uno más de aquel grupo de estudiantes. Qué pasada, una clase donde todos los alumnos eran gitanos y gitanas que soñaban con cursar un grado universitario, y lo mejor de todo, yo era uno de ellos. Un año antes había nacido la primera red gitana universitaria, CampusRrom, y estaba allí para apoyarnos en todo. Me impactó que gran parte del profesorado eran gitanos y gitanas.

¡Quién lo habría pensado nunca, hacer comentario de texto con un profesor gitano! Recuerdo que el primer día de clase tocaba castellano, el profesor empezó a explicar el temario, oraciones subordinadas, perífrasis verbales… y yo, inocente, levanté la mano y dije: ¿Fernando, qué es una oración? Él, con una sonrisa en la cara me respondió; lo que haces para dirigirte a Dios… Reímos todos juntos. Y precisamente en aquel momento me di cuenta que estaba en el lugar idóneo para aprender.

Después de cinco meses, me examiné en las pruebas de acceso a la universidad y las aprobé con muy buena nota. No me lo podía creer, ¡fui capaz de superar una «selectividad»! Quién lo diría, Daniel, el gitano que en cuarto de la ESO hacía sumas y restas, tenía todo este potencial dentro. Unos meses más tarde tuve que superar otra prueba específica destinada a aquellos que quieren graduarse como profesores, las temibles PAP, las Pruebas de aptitud personal. Y por fin, aquel mismo septiembre, me matriculé en primero de educación primaria.

10 de octubre de 2021. Ya estoy en el segundo curso del grado de magisterio, y si soy capaz de continuar en la misma línea, dentro de dos años volveré a la escuela, pero ya será como profesor.

Sin embargo, me gustaría aclarar que durante este tiempo he tenido, y de hecho todavía tengo, mis dificultades, mis dudas y algún que otro fantasma que me visita en forma de desmotivación. No quiero engañar a nadie. No es fácil cursar un grado universitario siendo gitano, padre de familia numerosa y trabajar por la mañana a jornada completa. Pero, gracias a las personas que me rodean sigo todavía en este camino. Primeramente, por mi familia, ellos siempre me han animado a no abandonar. También, gracias a CampusRrom, nuestra red que nos ofrece todo el apoyo que necesitamos para conseguir nuestro sueño, y por último, el motor que realmente me impulsa a cursar el grado, la motivación para derribar las barreras que se levantan frente a nuestro Pueblo.

El propósito real de esta lucha educativa es allanar el camino a los gitanos y gitanas que vienen por detrás. Nosotros tenemos la obligación de ser sus referentes. Tenemos que luchar para que nuestro pueblo disfrute de una buena educación, sea cual sea su entorno, para formar ciudadanos competentes y libres. Y esta lucha pasa ahora mismo, entre otras cosas, porque nuestra generación sea capaz de conquistar la universidad. Y para que esto sea posible tenemos que confiar en nosotros mismos y transmitir esa confianza a los gitanos y gitanas que están cerca nuestro, hacer que sueñen en cosas que antes no podían soñar, como hizo conmigo mi gran amigo Juan.

Tiempos interesantes

by Ramón Flores

Dicen que las maldiciones gitanas están todas relacionadas con el mal fario, aunque creo que, como decía el escritor Manuel Diaz Martín, se deben al infortunio que han tenido los gitanos en sus relaciones con los demás miembros de la sociedad, cuando se han visto desamparados por ella.
El periodista Joaquín López Bustamante hablaba muy claro cuando afirmaba que “hay dos clases, las maldiciones que se dirigen a una persona o a un grupo (arman), y la que uno se dirige a sí mismo, el juramento ritual (solai), que me muera yo…”.

Y estos tipos de juramentos siguen muy vivos en las comunidades gitanas del mundo.

Incluso ya las encontrábamos en el siglo XVI a través del dramaturgo portugués Gil Vicente “mándote yo rabiar, que has de andar arrastrada mientras la vida durara.”

Pero ¿y qué me dicen de las maldiciones chinas? No son tan famosas como las gitanas, pero no podemos negar que tienen un arraigo filosófico, social y cultural bastante interesante.

Una de las más peculiares maldiciones chinas es “Ojalá vivas tiempos interesantes”.
Es (o era) una forma de echarle un mal de ojo a alguien merecedor de ello.
Una versión extendida y mejorada es la que dice “Ojalá vivas tiempos interesantes y no te des cuenta de ello hasta que hayan terminado”.

Sería la versión china del doblamiento de la maldición gitana “mal fin tengas, que tengas” o “a Mahón te lleven, que te lleven”.

Me gustaría centrarme en esta ocasión en la maldición china. “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Y es que tiene su aquel. Se da por hecho que los tiempos interesantes de la historia son esos que vienen con más dramas, sufrimiento o grandes cambios que generan problemas en un determinado periodo de tiempo. Vivir tiempos interesantes según la creencia china es romper la paz interna y externa de las sociedades a través de sus interacciones. Según esta premisa, más valdría pasar por la vida casi desapercibido y de una forma más sosegada para evitar sobresaltos.

Pero me temo que estamos inmersos en unos tiempos extremadamente interesantes. Crisis en los cimientos democráticos del mundo, crisis económicas, pandemias, hambrunas, racismo, xenofobia, violencia…

Demasiados cambios y demasiado bruscos en poco tiempo. Movimientos de extrema derecha que traen consigo racismo y xenofobia han conseguido normalizarse en el espectro de las democracias mundiales. Gentes y corporaciones que acumulan riqueza y prosperidad a costa de que otros cada vez se empobrezcan más, se arrinconen más y se aíslen más.

Quizá uno de los mayores inconvenientes que nos podemos encontrar para saber a ciencia cierta si estamos viviendo tiempos interesantes son las referencias, las señales. Las guerras mundiales fueron señales bastante claras. La caída del muro de Berlín o la caída de las torres gemelas fueron también referencias de que algo grande estaba pasando en el mundo.

Pero ¿y ahora? Pareciera que las referencias son difusas a simple vista. Quizá sea porque hemos entrado en un juego muy peligroso.  Hemos aceptado tácitamente que las reglas del juego en la democracia cambien. Han cambiado en nuestras narices y nosotros hemos sido cómplices.
Las sociedades democráticas han aceptado sin rechistar que el fascismo venga disfrazado de neoliberalismo y de fake news.

Y hemos entrado de lleno en el juego y nos hemos alineado justo donde los radicales querían.

Advertía el periodista Miquel Ramos que hemos permitido la institucionalización del odio.
Con toda naturalidad, hemos aceptado que el que habla de los ovnis, de repente te habla del Coronavirus o de política. Hemos aceptado con naturalidad que racistas, homófobos y machistas se sienten a las mesas de debate con demócratas y defensores de los derechos humanos para que “intercambien opiniones”, aceptando sin tapujos que el racismo, el fascismo o el machismo son opiniones que deben ser escuchadas, y que, si no estamos de acuerdo, las rebatamos, poniéndolos al mismo nivel. Como si ambas posturas fueran debatibles y defendibles. Como si el odio fuera debatible.

Y empezamos así, dándole normalidad a pequeños hechos, y seguimos cerrando universidades y organizaciones en Hungría, llamamos “ilegítimo” con toda naturalidad a un gobierno elegido en las urnas, negando las vacunas y acabamos asaltando el Capitolio de Estados Unidos. Todo eso mientras hacemos memes graciosísimos en las redes sociales.

Todos somos cómplices. Hemos aceptado que tiene que haber verdugos y víctimas. Pero es que, además, en la revolución cuqui del activismo actual, estamos ocupados en otros menesteres. Estamos muy ocupados cuestionando el posicionamiento y etiquetamiento de nosotros mismos. Barack Obama decía que la democracia exige que seamos capaces de navegar a través de la realidad de las personas que son diferentes a nosotros para que podamos entender sus puntos de vista. Pero que no lo podemos hacer si insistimos en que los que no son como nosotros ni dicen lo mismo que nosotros, están incapacitados para hablar de democracia.

Pero no, parece que no lo hemos entendido. Obama dice que hablemos entre demócratas que tenemos visiones distintas pero un mismo objetivo, no que sentemos fascistas a la mesa. Y de mientras, el activismo repartiendo carnets de buen o mal activista.

Porque oigan, no se equivoquen. Los antifascistas no necesitamos estar diciendo que somos antifascistas todo el rato. Eso va incluido en el paquete democrático. Si no eres antifascista, no eres demócrata.

Pero no sirve de nada, los movimientos más naifs del activismo actual, siguen empeñados en imponer etiquetas para que la gente tenga la obligación de elegir una identidad. Caemos en la trampa de la diversidad, como bien nos advertía Daniel Bernabé hace ya unos años.

Pero, sobre todo, deberíamos ser conscientes de que los tiempos interesantes son tiempos de negocios, de charlatanes y de falsos mártires. A ver quién da el mejor zasca, a ver quién se pone la etiqueta más grande para ganar el premio al activista del año, y a ver quien chilla más.

Yo me temo que desgraciadamente, estamos viviendo unos tiempos interesantes no, unos tiempos interesantísimos. Y lo malo es que no nos estamos dando cuenta y quizá cuando espabilemos, sea un poco tarde y el mundo haya cambiado para siempre.

Es momento de analizar críticamente todos los caminos que el activismo gitano está consiguiendo abrir, como por ejemplo la subcomisión aprobada por el Parlamento español para crear un Pacto de Estado contra el Antigitanismo, la inclusión de  una comisión específica dentro de la Ley de Memoria Histórica para la memoria y reconciliación con el Pueblo Gitano, o la futura Ley para erradicar el Antigitanismo que prepara el gobierno catalán. Y debemos de ser capaces que esos caminos que estamos construyendo no queden embarrados en discusiones ajenas a los intereses de todos los gitanos y gitanas, y que dejemos las medallas para cuando acabe la carrera. Y aunque la unidad no deja de ser una entelequia inalcanzable para cualquier movimiento social, sí que debemos lograr consensos amplios, sino veremos pasar el tiempo desde el ostracismo al que fuimos condenados como gitanos.