El Lebrijano se ha ido al cielo para enseñar a cantar a los ángeles

por Juan de Dios Ramírez Heredia

El lebrijano

Ha sido un mazazo. Me lo acaban de decir. Juan Peña “El Lebrijano” ha muerto esta madrugada en su domicilio de Sevilla, a los 75 años de edad. No me lo esperaba. Sabía que él andaba maluquillo, pero nunca pensé que su tránsito a la eternidad para ocupar el sillón que le corresponde en el Olimpo de los Dioses del Arte, junto a Don Antonio Mairena, Manolo Caracol, y un selecto grupito de genios del cante, el baile y la guitarra, fuera a producirse tan pronto. Y es que, a veces, también desde la divinidad de los elegidos, se tiene demasiada prisa.

El cielo debe estar pasando una grave crisis. Siempre se nos ha dicho que la felicidad suprema la otorga la contemplación de Dios. Pero Dios, que es el sumun de la sabiduría, debió pensar que tener a los buenos eternamente contemplándole podía llegar a ser muy aburrido. Y por eso recurrió al más importante de todos sus inventos: la música, ese hálito de la divinidad que en el reparto de las ciencias y las artes que Dios Padre hizo en la creación del mundo, correspondió a los gitanos. Y para ello diseñó el Coro de los Querubines que son ángeles bellísimos que cantan melodías celestiales y tocan violines y guitarras a compás. Evidentemente al compás del cielo que no debe ser muy distinto al que practicaba Juan Peña “El Lebrijano” cuando cantaba por soleá o por bulerías.

Pero intuimos que el Coro de Querubines se ha debido deteriorar, o alguien le ha ido a la Virgen de las Angustias para que mediara ante su hijo, el Jesús de la Salud ―el gitano― para que buscara al mejor artista, al más completo, al más genial intérprete, al más visceral que cuando canta las tripas se le revuelven ―aunque los ángeles no tengan tripas, pueden entender el mensaje― y zarandeara a los querubines que se estaban quedando un tanto anticuados desde que nacieron hace 5.100 millones de años. Y Dios llamó en la madrugada de ayer a Juan Peña “El Lebrijano” ―el que grabó un disco titulado “la palabra de Dios a un gitano” ― para que diera lecciones de cante a quienes la crisis había puesto en peligro su fama universal de “cantar como los ángeles”.

Hasta aquí mi homenaje, pretendidamente poético, aunque sin conseguirlo, a la figura que con mayor brillo ha sido el mejor embajador y el mejor intérprete de la “razón incorpórea” que da cuerpo y vida eterna a lo que el maestro de Mairena denominó el “Arte gitano-andaluz”.

Permítanme que hoy lo deje aquí. Mis manos tiemblan sobre el teclado del ordenador. Y ahora soy incapaz de resumir en pocas palabras lo que, para mí, personalmente, ha sido Juan. ¡Cuántas horas hemos compartido de charla amable sobre nuestro pueblo y nuestra aportación al flamenco! ¡Cuántas veces lo he presentado en los escenarios de Barcelona al calor de mi “Crónica Flamenca”, programa diario que mantuve en las antenas de Radio Nacional de España durante más diez años! ¡Cuánto me ha hecho llorar escuchando ese monumento insuperable a las entretelas del pueblo gitano que es su disco “Persecución”! Y cuanto hemos reído y disfrutado en aquel viaje que hicimos juntos a la India para encontrarnos con gitanos de todo el mundo y compartir ilusiones de futuro con la primera Ministra Indira Gandhi

Los gitanos de todo el mundo dan el pésame de la siguiente forma: “Te avel lohki leski phuv!” (literalmente: “que tenga fácil su tierra” es decir, “que descanse en paz”) “Sasa baro Manuś” (Entre todos los grandes personajes”

Latchó drom, Juan, phral. Ʒa devlesa. (Buen camino, Juan, hermano. Ve con Dios)

 Texto original de la web de Unión Romaní