Tiempos interesantes

por Ramón Flores

Dicen que las maldiciones gitanas están todas relacionadas con el mal fario, aunque creo que, como decía el escritor Manuel Diaz Martín, se deben al infortunio que han tenido los gitanos en sus relaciones con los demás miembros de la sociedad, cuando se han visto desamparados por ella.
El periodista Joaquín López Bustamante hablaba muy claro cuando afirmaba que “hay dos clases, las maldiciones que se dirigen a una persona o a un grupo (arman), y la que uno se dirige a sí mismo, el juramento ritual (solai), que me muera yo…”.

Y estos tipos de juramentos siguen muy vivos en las comunidades gitanas del mundo.

Incluso ya las encontrábamos en el siglo XVI a través del dramaturgo portugués Gil Vicente “mándote yo rabiar, que has de andar arrastrada mientras la vida durara.”

Pero ¿y qué me dicen de las maldiciones chinas? No son tan famosas como las gitanas, pero no podemos negar que tienen un arraigo filosófico, social y cultural bastante interesante.

Una de las más peculiares maldiciones chinas es “Ojalá vivas tiempos interesantes”.
Es (o era) una forma de echarle un mal de ojo a alguien merecedor de ello.
Una versión extendida y mejorada es la que dice “Ojalá vivas tiempos interesantes y no te des cuenta de ello hasta que hayan terminado”.

Sería la versión china del doblamiento de la maldición gitana “mal fin tengas, que tengas” o “a Mahón te lleven, que te lleven”.

Me gustaría centrarme en esta ocasión en la maldición china. “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Y es que tiene su aquel. Se da por hecho que los tiempos interesantes de la historia son esos que vienen con más dramas, sufrimiento o grandes cambios que generan problemas en un determinado periodo de tiempo. Vivir tiempos interesantes según la creencia china es romper la paz interna y externa de las sociedades a través de sus interacciones. Según esta premisa, más valdría pasar por la vida casi desapercibido y de una forma más sosegada para evitar sobresaltos.

Pero me temo que estamos inmersos en unos tiempos extremadamente interesantes. Crisis en los cimientos democráticos del mundo, crisis económicas, pandemias, hambrunas, racismo, xenofobia, violencia…

Demasiados cambios y demasiado bruscos en poco tiempo. Movimientos de extrema derecha que traen consigo racismo y xenofobia han conseguido normalizarse en el espectro de las democracias mundiales. Gentes y corporaciones que acumulan riqueza y prosperidad a costa de que otros cada vez se empobrezcan más, se arrinconen más y se aíslen más.

Quizá uno de los mayores inconvenientes que nos podemos encontrar para saber a ciencia cierta si estamos viviendo tiempos interesantes son las referencias, las señales. Las guerras mundiales fueron señales bastante claras. La caída del muro de Berlín o la caída de las torres gemelas fueron también referencias de que algo grande estaba pasando en el mundo.

Pero ¿y ahora? Pareciera que las referencias son difusas a simple vista. Quizá sea porque hemos entrado en un juego muy peligroso.  Hemos aceptado tácitamente que las reglas del juego en la democracia cambien. Han cambiado en nuestras narices y nosotros hemos sido cómplices.
Las sociedades democráticas han aceptado sin rechistar que el fascismo venga disfrazado de neoliberalismo y de fake news.

Y hemos entrado de lleno en el juego y nos hemos alineado justo donde los radicales querían.

Advertía el periodista Miquel Ramos que hemos permitido la institucionalización del odio.
Con toda naturalidad, hemos aceptado que el que habla de los ovnis, de repente te habla del Coronavirus o de política. Hemos aceptado con naturalidad que racistas, homófobos y machistas se sienten a las mesas de debate con demócratas y defensores de los derechos humanos para que “intercambien opiniones”, aceptando sin tapujos que el racismo, el fascismo o el machismo son opiniones que deben ser escuchadas, y que, si no estamos de acuerdo, las rebatamos, poniéndolos al mismo nivel. Como si ambas posturas fueran debatibles y defendibles. Como si el odio fuera debatible.

Y empezamos así, dándole normalidad a pequeños hechos, y seguimos cerrando universidades y organizaciones en Hungría, llamamos “ilegítimo” con toda naturalidad a un gobierno elegido en las urnas, negando las vacunas y acabamos asaltando el Capitolio de Estados Unidos. Todo eso mientras hacemos memes graciosísimos en las redes sociales.

Todos somos cómplices. Hemos aceptado que tiene que haber verdugos y víctimas. Pero es que, además, en la revolución cuqui del activismo actual, estamos ocupados en otros menesteres. Estamos muy ocupados cuestionando el posicionamiento y etiquetamiento de nosotros mismos. Barack Obama decía que la democracia exige que seamos capaces de navegar a través de la realidad de las personas que son diferentes a nosotros para que podamos entender sus puntos de vista. Pero que no lo podemos hacer si insistimos en que los que no son como nosotros ni dicen lo mismo que nosotros, están incapacitados para hablar de democracia.

Pero no, parece que no lo hemos entendido. Obama dice que hablemos entre demócratas que tenemos visiones distintas pero un mismo objetivo, no que sentemos fascistas a la mesa. Y de mientras, el activismo repartiendo carnets de buen o mal activista.

Porque oigan, no se equivoquen. Los antifascistas no necesitamos estar diciendo que somos antifascistas todo el rato. Eso va incluido en el paquete democrático. Si no eres antifascista, no eres demócrata.

Pero no sirve de nada, los movimientos más naifs del activismo actual, siguen empeñados en imponer etiquetas para que la gente tenga la obligación de elegir una identidad. Caemos en la trampa de la diversidad, como bien nos advertía Daniel Bernabé hace ya unos años.

Pero, sobre todo, deberíamos ser conscientes de que los tiempos interesantes son tiempos de negocios, de charlatanes y de falsos mártires. A ver quién da el mejor zasca, a ver quién se pone la etiqueta más grande para ganar el premio al activista del año, y a ver quien chilla más.

Yo me temo que desgraciadamente, estamos viviendo unos tiempos interesantes no, unos tiempos interesantísimos. Y lo malo es que no nos estamos dando cuenta y quizá cuando espabilemos, sea un poco tarde y el mundo haya cambiado para siempre.

Es momento de analizar críticamente todos los caminos que el activismo gitano está consiguiendo abrir, como por ejemplo la subcomisión aprobada por el Parlamento español para crear un Pacto de Estado contra el Antigitanismo, la inclusión de  una comisión específica dentro de la Ley de Memoria Histórica para la memoria y reconciliación con el Pueblo Gitano, o la futura Ley para erradicar el Antigitanismo que prepara el gobierno catalán. Y debemos de ser capaces que esos caminos que estamos construyendo no queden embarrados en discusiones ajenas a los intereses de todos los gitanos y gitanas, y que dejemos las medallas para cuando acabe la carrera. Y aunque la unidad no deja de ser una entelequia inalcanzable para cualquier movimiento social, sí que debemos lograr consensos amplios, sino veremos pasar el tiempo desde el ostracismo al que fuimos condenados como gitanos.