Aritmética gitana
by Pedro Casermeiro
Hace un par de semanas acudí a un encuentro de jóvenes gitanos en Tarragona organizado por la Fundación Secretariado Gitano y dos entidades juveniles. Hubo presentaciones y debates muy interesantes. En uno de esos debates, con los que se intentaba motivar a jóvenes de Tarragona a estudiar, me atreví a decir que es cierto que “la educación apaya”. No quiero que nadie mal interprete mi comentario, éste se encontraba dentro de un argumentario mucho mayor con el que venía a transmitir que lo que realmente “apayaba” era quedarse holgazaneando en casa con la televisión, y que la inclusión en el mundo laboral pasaba ineludiblemente por el mundo de la educación y la formación.
Podríamos divagar mucho sobre las formas en que el sistema educativo “aculturaliza” a los alumnos gitanos, y de la pertinencia y relevancia de esta aculturación para nuestra adaptación a un mundo cada vez más globalizado; y algún día me gustará hacerlo en otro artículo, pero hoy quería exponer un pequeño ejemplo: como se puede perder una tradición milenaria con una sola generación.
La aritmética gitana. Nunca le había prestado demasiada atención a la manera en que mi abuela o mi padre hacían cálculos aritméticos, o por lo menos, no le había prestado la atención que realmente merecía hasta que un día, un buen compañero de viaje, Carlos, lo mencionó en una bonita discusión entre amigos. Fue entonces cuando logré entender por qué en mi familia se hacían “cuentas” de manera muy distinta a la que yo había aprendido en la escuela.
Cuando aún manejábamos en nuestras manos las antiguas pesetas, en mi casa nunca se daba una cantidad en pesetas, era siempre en “duros”, no había manera de escuchar salir de la boca de mi padre la cantidad de “quinientas pesetas”, ni siquiera para referirse al billete, él siempre hablaba de “cien duros” o “mil duros” que eran mucho mejor. Era como si sintiera una necesidad inexorable de convertir todos las cantidades en “duros” y si no cuadraba, ¡entonces en “reales”! pero nunca en base 1, siempre en base 5 (los duros), o en base 4 (los reales).
Al principio creí que era porque mis padres, abuelos o tíos no habían tenido la oportunidad de ir a la escuela, pero luego presté más atención a mis recuerdos y percibí que no calculaban igual que yo porque fuesen analfabetos, sino porque tenían una herramienta diferente para calcular, una herramienta que había pasado de generación en generación hasta llegar nuestros días; de oriente a occidente: un ábaco imaginario.
El caso de mi abuela es mucho más significativo, o exagerado. Cuando hablamos del precio de cualquier cosa, para ella algo que vale cincuenta euros, son cinco billetes de diez, y cuando algo vale cien euros, son dos billetes de cincuenta. Sabe perfectamente lo que significa cien y lo que significa cincuenta, pero lo percibe muy diferente a mí, no es un número ordinal como para mí, es una cantidad. Cuando ella hace un cálculo, utiliza procesos mentales superiores a los míos, su cerebro trabaja de una manera más eficiente que el mío.
Los gitanos hemos conservado esa estrategia durante más de mil años, y basta una generación para que desaparezca. Ahora soy consciente de la suerte que tuve de heredar de mi padre la afición a calcular en base 5, lo que para él no fue una afición sino una necesidad, ya que fue lo único que aprendió. Y lo cierto, es que esa “aritmética gitana” es mucho mejor que la “aritmética occidental”, basta con darse un paseo por la red y explorar las múltiples investigaciones científicas que demuestran los beneficios que tiene para el desarrollo intelectual de los niños la utilización del ábaco.
El desconocimiento que se tiene de nuestra cultura, no sólo por parte de los gachés, desgraciadamente también por nuestra propia parte, es la que conduce a la exclusión y la infravaloración de todo un colectivo. Reivindicar nuestra cultura debe pasar por conocer realmente cuáles son nuestros valores, cuál es nuestro bagaje cultural, qué es todo aquello que arrastramos por el mundo desde que iniciamos nuestro camino en el lejano oriente. No deberíamos quedarnos anclados únicamente en la música, el idioma o las tradiciones más vistosas, hay cosas mucho más importantes, como puede ser nuestra forma de pensar, nuestra filosofía, y cuestiones mucho más concretas como la que he tratado de explicar a lo largo de este escrito, nuestra aritmética.