La deshumanización de los gitanos
by Helios F. Garcés
«Somos gente honrada y trabajadora, hospitalaria y solidaria».
Lo que ocurre con los okupas (todos ellos, personas de etnia gitana)
es que manifiestan «un comportamiento antisocial»,
incluso los que son menores de edad.Alcalde de Fortuna, Murcia
- Tan familiar, tan cercana
Ya pasaron los días de la indignación, de la movilización, de las denuncias públicas, de la sorpresa y la impotencia. Durante el colapso, se sucedieron los comunicados mediáticos de repulsa, las discusiones en redes sociales, los intercambios de asombro, rechazo y miedo; los silencios, la estupefacción y las preguntas retóricas de la buena conciencia gitana y no gitana. ¡Horroroso! ¡Terrible! ¿Cómo es posible?, ¿qué hacer?
Se nos olvidó Fortuna, y lo cierto es que la cuestión que nos aqueja va mucho más allá de los límites geográficos y temporales de lo sucedido en Murcia. Llega el momento de afrontar un ejercicio de reflexión política que nadie pondrá en marcha por las propias y propios gitanos. Dicha reflexión implica reconocer que existe una herida: la herida gitana. Reconozcamos lo obvio: hemos hecho todo lo posible por olvidarla, pero lo cierto es que esta herida nos constituye.
No, ningún buen gachó, sea cual sea su posición, su actitud o intención, abordará el asunto con éxito. De hecho, no debemos esperar respuestas si no es desde el seno de nuestra propia gente; no se tratará entonces de renunciar a la esperanza sino de redirigirla hacia el lugar adecuado.
En este proceso es importante hacer las preguntas correctas y, para ello, no podemos seguir permitiéndonos reproducir determinadas neurosis. Es cierto que existen los prejuicios y los estereotipos, pero centrándonos en este aspecto de la particular forma de racismo que afecta a nuestra comunidad, perdemos una oportunidad maravillosa: ir a la raíz del problema. El primer punto a clarificar es de una importancia vital, especialmente para nuestra causa: toda forma de racismo es estructural. Las relaciones sociales no son espontáneas sino que emanan de jerarquías; tales jerarquías tienen raíces en el poder.
- El antigitanismo es estructural
Fortuna no es una anomalía. Elegir esta forma de enfrentarse al problema implica una reconsideración considerable de los términos. Nos referimos, quizás, a una manera menos cómoda de afrontar el racismo; una forma menos complaciente con la atmósfera del sentido común preponderante. No obstante se nos impone reconocer abiertamente que el tradicional rechazo moral gitano ante los ataques sufridos por los nuestros y nuestras no tiene efecto material alguno, aunque tenemos derecho a expresarlo abiertamente.
Fortuna es, al contrario, un síntoma palpable de una antigua ideología que constituye a nuestra sociedad española desde su propia emergencia: el antigitanismo. Si la masa enfervorecida de los vecinos y vecinas de esta pequeña localidad murciana se sintió socialmente legitimada a emprenderla a pedradas con las familias gitanas andaluzas que ocupaban las viviendas abandonadas no fue sino porque, tal y como advertíamos en la Guía de Recursos contra el Antigitanismo (FAGA), el caldo de cultivo que hace de las personas romaníes sujetos deshumanizados dignos del peor de los escarnios está preparado en toda Europa desde la propia emergencia de los Estados nación.
Fortuna es el resultado de más de 500 años de opresión sistemática del Estado español hacia nuestras comunidades; el resultado social de la legislación española anti-romaní a lo largo de 479 años. Fortuna es el resultado de la voluntad de ocultar la realidad del antigitanismo, de maquillarla y, como mucho, convertirla en un problema de los propios gitanos a resolver a través de integración y asistencialismo. Fortuna nos recuerda el lugar que realmente ocupamos en el seno de una sociedad que necesita una transformación real más allá de parches y discursos. Sin embargo, nos corresponde a nosotros, a nosotras, convertir Fortuna en una herramienta de liberación; en una oportunidad de tomar contacto con la naturaleza del mal que nos aqueja.
Ahora que ya no necesitamos reaccionar, es posible que estemos en disposición de tomar otra perspectiva y exigir lo que nos corresponde por derecho: reparación. Todo pueblo que se precie ha realizado este importante viraje en algún momento de su historia de resistencia y lucha contra el racismo. No es un giro de desprecio ni de odio sino de amor radical y de dignidad; no es una nueva forma de asimilar las lógicas de la integración, sino de desarrollar una filosofía de la emancipación gitana. No es una necesidad étnica, cultural, folklórica; es una necesidad política urgente para el conjunto de la sociedad española.