La lucha contra la idiotización
by Ramón Flores
Empieza a ser preocupante el crecimiento de la ignorancia entre la sociedad blanca y por qué piensa que no tiene privilegios ni está equivocada. La respuesta, creo, es que la cultura occidental condiciona a los blancos para que no comprendan completamente cómo la sociedad los privilegia.
El sociólogo estadounidense Joe Feagin argumenta que la cultura occidental ha enseñado a los blancos a creer que representan la vanguardia intelectual y cultural, para concluir que las desigualdades raciales no pueden ser rastreadas a su comportamiento pasado o presente y para ver su estado dominante —su privilegio— como natural y aún invisible. En lugar de conocimiento y aceptación del privilegio blanco, muchos blancos muestran ignorancia: «¿Pero de qué privilegios hablas? Yo no los detecto».
El problema surge cuando tal ignorancia se convierte en una herramienta de aceptación social. Al negar la injusticia se hace innecesario enfrentarla, se convierte entonces en problema de «los otros». Un problema añadido es que esa vanguardia cultural es un auténtico despropósito y luego descubriremos los porqués.
Charles Mills, en su libro The Racial Contract, argumenta que esta ignorancia produce el irónico resultado de que los blancos en general serán incapaces de comprender el mundo que ellos mismos han creado. La clase trabajadora blanca escucha estas historias, pero muchos optan por ignorarlas y castigar a las minorías por culpar al hombre blanco de todos los problemas. El problema no es que algunos blancos carezcan de un punto de vista adecuado para ver su privilegio, sino que desde su punto de vista han elegido evitar su mirada.
El hecho de vivir en una burbuja ha impedido ver a la sociedad blanca aprender sobre el mundo que les rodea y es aquí donde se encuentran con un problema mayúsculo. Ya en un artículo de 2012 publicado en el New York Review of Books el poeta Charles Simic declaraba que estamos viviendo en la Era de la Ignorancia. Gente que no sabe diferenciar entre Sadam Hussein o Bin Laden; gente que no sabe cuándo fue la guerra civil en España; gente que no sabe cómo funciona un sistema parlamentario; gente que si les corriges las faltas de ortografía se enfadan y contestan «¿pero se entiende, no? eso es lo importante»; gente que tiene como referentes culturales a cantantes que dicen «arsa quillo tras tras» y que además dicen haber revolucionado el flamenco; youtubers; instagramers o monologuistas… Y claro, te tienes que reír.
Una sociedad que no es consciente de que les roban, los ningunean y no reaccionan. ¿Han visto alguna vez esas imágenes en blanco y negro de jóvenes en España a finales de los sesenta, principios de los setenta corriendo delante de los grises reivindicando derechos? y, ¿han visto a las abuelas y abuelos en las manifestaciones por las pensiones hoy día? Pues son exactamente las mismas personas pero con cuarenta años de diferencia. ¿Y entonces los de ahora? Los de ahora están en Twitter llamando a los gitanos «ofendiditos» y haciendo memes… o monólogos.
Y es que la parte blanca de la sociedad española, tiene un problemón. Porque por un lado carecen de reflexión crítica propia y por otra, los pocos referentes políticos y culturales les fallan. Un ex presidente que no sabía muy bien quien es el vecino y quien elige al alcalde, o un señor mayor, ex dirigente del partido comunista español, defendiendo las políticas excluyentes de la Italia de Salvini.
La falta de interés, la falta de conocimiento y la falta de empatía hacen de esta sociedad una anomalía que va en contra de la naturaleza humana. Ya lo decía Aristóteles hace muchos siglos, el ser humano es Zoon Politikón (ζῷον πολιτικόν), una propiedad inherente a la humanidad que está predispuesto a la sociabilidad puesto que el hombre por naturaleza es una animal social que vive con otros y que sólo puede alcanzar el bien común con el diálogo y la deliberación, ya que como el mismo Aristóteles señalaba, el hombre es el único zoon logon ekon (ζῷον λόγον ἔχον).
Y es que la política no está sólo en el Congreso o los Parlamentos, sino que es todo lo que nos rodea, cualquier acto, incluso el negarse a ir a votar, comprar una barra de pan o pagar el recibo de la luz, es política.
Pero, ¿cómo los ciudadanos cívicos o literalmente, los animales políticos pueden alcanzar la virtud, la justicia mediante la relación con los otros en la Polis, en la sociedad, si no saben hacer política, si no saben convivir? ¿Cómo esta sociedad donde la ignorancia es la reina y que llama «ofendiditos» a los que tienen un pensamiento crítico puede avanzar hacia algún lugar?
Ya en el año 2000 el entonces director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, señalaba que la ignorancia de muchos jóvenes era aterradora, cuando hablaba de las primeras generaciones de la LOGSE y señalaba algo muy inquietante: «La anulación de todo aquello que nos une; la exaltación y la visión sesgada de lo que nos separa, la ignorancia, en suma, y la falta de memoria histórica resultan peligrosos. Son el caldo de cultivo del racismo y la xenofobia. Y eso es, desgraciadamente, lo que parece que está ocurriendo». Hace dieciocho años de estas palabras…
Pero «los otros», como les gusta llamar a los blancos a aquellos que no son de su mismo circulo, están, por el contrario, en las antípodas de esta corriente del culto a la ignorancia. Esos gitanos «ofendiditos», esas mujeres negras que tienen la piel muy fina y que no les puedes hacer comentarios de su pelo, esos maricones que se afrentan por chistes de maricones, todos esos, son los que están haciendo su trabajo. Todos estos son los que están siguiendo ese precepto aristotélico, son zoon politikón. Los gitanos son Roms politikón.
Esto tiene dos caras: una positiva y otra negativa. Cuando la sociedad blanca, consciente o no de su ignorancia ve peligrar sus privilegios sin saber por qué, se enroca en una posición conservadora apelando a tiempos pasados, a ideales nacionalistas y arraigo identitario.
Personas de mediana edad y jóvenes que han perdido la perspectiva global de lo que les rodea, idealizan una sociedad donde ellos siempre han sido los protagonistas y todo aparentemente era mejor. Y cuando esto pasa, cuando se le dice a toda una comunidad de personas que valen menos, es normal que esa comunidad cuestione los valores del acusador, como hago yo ahora mismo.
Cuando se les dice a las mujeres que sus reivindicaciones sociales y sus protestas contra las violaciones son una broma o una exageración, no se sorprendan si esas mismas mujeres se revelan y se manifiestan y se hacen más fuertes.
Esta sociedad blanca desinformada entiende que el auge de los unos significa la destrucción de ellos mismos y, por ende, no conciben en ningún caso que todo puede coexistir y armonizarse, dando lugar al auge de movimientos populistas de extrema derecha que calan en la sociedad con un mensaje vacío y que la solución a todo es señalar a un culpable y destruirlo.
Pero al mismo tiempo existe otro tipo de racismo subyacente a esta sociedad desquiciada, un soft racism, un racismo cuqui como a mí me gusta llamarlo, que es cuando alguien (blanco, occidental) dice algo con un suave trasfondo racial sobre algún colectivo que no pretende ser peyorativo, pero a menudo sale de una manera que puede hacer que otros se sientan incómodos y levemente avergonzados. Y este es igual de peligroso que el racismo flagrante y violento. Porque la sociedad blanca no entiende que no se puede ser sólo «un poco racista» y piensa que racistas eran los nazis, Trump, Le Pen o Salvini, que ellos no pueden ser racistas porque cómo van a ser racistas ellos que son muy buena gente y se levantan muy temprano…
Fragilidad blanca lo llama la Doctora Robin Di Angelo, donde describe la actitud defensiva incrédula que exhiben los blancos cuando sus ideas sobre la raza y el racismo son cuestionadas, y especialmente cuando se sienten implicados en la supremacía blanca.
Fíjense que, mientras la sociedad blanca se empeña en seguir quejándose de que vulneran sus derechos (disculpen que me ría) y hace memes graciosísimos, el activismo gitano, negro, LGTBIQ o el de cualquier minoría discriminada, sigue haciendo su trabajo. Va en auge en educación, en cultura, en compromiso social y político, en conciencia humana. Toman las calles, las universidades y los medios a su alcance.
No olviden que hace cincuenta años, nadie imaginaba a un negro en la Casa Blanca, o a una mujer en la Cancillería alemana, o un alcalde de Londres de origen paquistaní del suburbio de Tooting… Pero la determinación, el compromiso y la lucha de unos pocos, enganchó a muchos otros y se unieron por una causa justa con negros, mujeres, inmigrantes…
Pero como decía, también hay una parte positiva sobre la ignorancia blanca, y es que no sería justo catalogarla en su conjunto como tal. Muchas y muchos son los que han entendido el dinamismo de la sociedad actual y están de lado de la causa que consideran justa, porque entienden que el racismo y la desigualdad no es solo un asunto del que sufre racismo o desigualdad, sino que es un problema de todos.
Mientras las sociedad blanca se empeñe en soltar sus «white tears», sus «not all men», sus «perdón por ser hombre», sus «es que ya no se pueden hacer chistes de gitanos, ni de maricones, ni gangosos», sus «no soy racista, pero», los oprimidos se vuelven más fuertes, los silenciados gritan cada vez más fuerte.
Escribía, no sin su halo polémico habitual el periodista Nassim Taleb, una teoría que venía a decir que «basta con que un tres o un cuatro por ciento de la población mantenga sus preferencias con cierto nivel de intolerancia para que toda la sociedad acabe por someterse a esas preferencias».
Taleb plantea la posibilidad de que exista un punto de inflexión en lo que el cambio social se refiere.
Un estudio reciente cuantificó en una serie de experimentos el tamaño de esa minoría, el 25%. A partir de ese porcentaje, el cambio acabará por convencer a la mayoría. Las normas sociales pueden ser cambiadas por solo un cuarto de un grupo, da igual si son diez o diez mil, cambiar los comportamientos, creencias y normas de todo un grupo es difícil, pero nuevas investigaciones revelan que para hacer eso, tan sólo necesitamos convencer al 25% para comenzar un persuasivo efecto dominó. (Centola, D., Becker, J., Brackbill, D., & Baronchelli, A. 2018).
Taleb hablaba de la intransigencia de determinadas minorías (no culturales, si no grupales, minorías en número). Yo doy un paso más allá, seamos conscientes de ese 25% y hagamos algo positivo. Seamos intolerantes hacia la estupidez blanca, pero haciendo uso de una intolerancia educativa que forme pensamiento crítico en la sociedad, porque así, poco a poco, manteniendo unos niveles altos de rechazo y repugnancia a lo injusto, podemos hacer el mundo más justo.
Mientras tanto, los que sigan enrocados en la estupidez, por favor, que nos sigan llamando «ofendiditos» y que hagan memes y monólogos graciosísimos, no olviden que cuanto peor mejor para todos, y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí… o algo así.
*Imagen: Reuters