El Marqués de la Ensenada: uno de los nuestros

by Pedro Casermeiro

Busto ensenada

Nótese que el título no quiere decir que el Marqués de la Ensenada sea un buen amigo del Pueblo Gitano, sino más bien todo lo contrario, un amigo del selecto grupo de genocidas racistas y ,sin embargo, un personaje muy bien valorado por nuestro país.

Desde la llegada del Pueblo Gitano a la península, la política general del Estado fue conseguir que la cultura de esas gentes de oscura piel que habían llegado recorriendo más de medio mundo, desapareciera.  Incluso podríamos debatir largo y tendido si las políticas actuales de ámbito estatal persiguen el mismo fin, pero no es el objeto del presente escrito. Cerrado el inciso, continuamos con el marqués. Zenón de Somodevilla y Bengoechea, que así se llamaba, no es más que una pieza dentro de un amplio engranaje que ha perseguido obstinadamente el etnocidio gitano. Es sólo uno más, pero que acabó por desempeñar uno de los papeles más oscuros en nuestra historia.

La Gran Redada de Gitanos de 1749, así la denominó el historiador Gómez Alfaro, es la pragmática más cruel de las veintiocho que se han documentado. La noche del 30 de junio de 1749 se ejecutó la orden de detener y encarcelar a todos los gitanos y gitanas que se encontrasen, mujeres y hombre, ancianos y niños, avecindados y nómadas. El objetivo era separar a hombres de mujeres e hijos y evitar que la cultura gitana pasara a una nueva generación. La definición perfecta de etnocidio.

A diferencia de judíos, árabes y moriscos, a los gitanos ni siquiera se nos reconoció como una “raza”, en ese caso nos habrían expulsado. Nos desconocían y odiaban de tal manera que simplemente nos consideraban un grupo de pobres y maleantes a los que reeducar, de ahí que lo único que quisieran fuera acabar con nuestra cultura y no con nuestra vida. No obstante, después de 16 años de cautiverio, por los datos que recientemente el investigador Manuel Martínez ha encontrado, sabemos que cerca de la mitad de los hombres, mandados a los arsenales, y mujeres, enviadas a hospicios, no sobrevivieron.

El Marqués de la Ensenada, secretario de Hacienda, Guerra y Marina e Indias, fue el encargado de urdir el plan de detención y aprisionamiento de los gitanos. El demonio al que se le ocurrió separar a hombres de mujeres e hijos para aniquilar nuestra cultura fue el entonces gobernador del Consejo de Castilla, Gaspar Vázquez de Tablada –obispo de Oviedo antes, y de Sigüenza después–. El monarca Fernando VI no debió titubear al firmar la orden, pues llevaban años, décadas, esperando a que el Papa excluyera de sagrado a los gitanos y gitanas, es decir, que excluyera a gitanos y gitanas del derecho a cobijarse en las iglesias de la persecución que se les venía enciama.

En definitiva, culpables de la Gran Redada hay varios –el rey, el Papa, el gobernador de Castilla, el secretario–, sin embargo, si hacen una búsqueda rápida por internet descubrirán que el más laureado de todos es el marqués, cuenta con innumerables homenajes a lo largo y ancho de la geografía española, calles, bustos, estatuas, un colegio, un cuartel militar, numerosos libros y artículos sobre sus hazañas, etc. Para la sociedad en general, el Marqués de la Ensenada fue uno de los más notables ministros que tuvo el Estado español tras la unificación de coronas que los Borbones realizaron en 1715. Se le atribuye un papel destacado en la modernización del Estado, en fin.

¿Se imaginan ustedes que Alemania o cualquier otro país democrático garante de los Derechos Humanos homenajease a un documentado genocida? Traigamos la pregunta más cerca, ¿se imaginan ustedes que los ex-ministros Vera y Barrionuevo tuvieran calles y colegios a su nombre? Traigamos la pregunta más a la actualidad ¿se imaginan ustedes que alzásemos bustos y estatuas para homenajear el milagro económico de Rodrigo Rato?

Existe cierto grado de probabilidad de que los tres ex-ministros nombrados realizaran, en su día, alguna que otra labor loable para su país estando en su cargo. Pero lo que es obvio es que cualquiera de esas buenas acciones quedaron empañadas por otras peores. Y desde luego ninguna de esas malas acciones estaría al alcance de un intento de genocidio.

Una de las cuestiones que debería ser capaz de abordar un Estado democrático del siglo XXI, que respete la diversidad, sería revisar el pasado no tan lejano que sigue dejando una clara huella en nuestro presente, sobre todo en un asunto tan sensible como este. Hay quien puede argumentar que eso ya pasó hace mucho tiempo y que no podemos juzgar con nuestros valores actuales lo que pasó, pero lo que es aún más cierto es que lo que sucedió entonces dejó una herida que sigue abierta en la actualidad y que se traduce en forma de exclusión, desempleo, fracaso educativo, infraviviendas, discriminación, etc. Y aún es más cierto que a nadie le haría ningún mal retirar un busto o una estatua del marqués, sin embargo a casi un millón de gitanos sí que nos aliviará un poco.

Pero como un intento de exterminio contra el Pueblo Gitano no importa, el Marqués seguirá siendo un ídolo de la tecnocracia, seguirá siendo “uno de los nuestros” –de aquellos a los que su antigitanismo no les deja ver ni aceptar la realidad–.