No demos nada por sentado
by Ramón Flores
Lleva unos días circulando por las redes una recurrente broma en forma de tweet:
“Es el año 2192. El primer Ministro británico visita Bruselas para pedir una extensión del plazo del Brexit. Nadie recuerda donde se originó esta tradición, pero cada año atrae a muchos turistas de todo el mundo”.
Y es que en realidad, no estamos demasiado alejados de esa frase. Nadie recuerda donde se originó esta locura llamada Brexit y el por qué. La verdad es que corría el año 2016 cuando el 51,9% de los ciudadanos votaron a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea sin saber muy bien por qué.
Y es que cuando comenzó la campaña sobre el Brexit, los populismos de extrema derecha en el Reino Unido calaron hondo en la ciudadanía británica más conservadora. Conformaron su opinión con una mentira exageradamente simple pero muy efectiva y no necesitaron nada más. Encontraron a quién culpar de sus males, apuntaron y dispararon. Una mentira muy bien perpetrada por sus servidores públicos en beneficio propio.
En la Europa continental, en esta supuestamente renovada Unión Europea, hemos esperado sentados más de seis meses a que se conformara la nueva Comisión Europea, porque los Estados miembro han tenido largas discusiones sobre la designación de sus comisarios, sin importar que en todo este tiempo la UE permaneciera prácticamente paralizada y en funciones.
No hay ninguna razón por la cual nosotros, la ciudadanía, no podamos aspirar a tener los mejores servidores públicos. No deberíamos conformarnos con la mediocridad, la corrupción y el nepotismo instalados en nuestras instituciones, porque estas deberían estar en continua evolución para mejorar la democracia. No deberíamos darla por sentada.
Más allá del estado de derecho, la democracia es parte de nuestra herencia y nuestra cultura. Nos encontramos con desafíos desconocidos hasta ahora en nuestras sociedades que han llevado a muchos a cuestionar el valor de la democracia, y el cinismo y el pesimismo parecen haber superado el debate público.
Y ahí la Comunidad gitana corre serio peligro.
El pasado octubre, tras un partido de fútbol entre Bulgaria e Inglaterra, la prensa británica y europea hablaba sobre el bochornoso espectáculo que se dio en el Estadio Nacional Vasil Levski de Sofía, donde se escucharon canticos racistas y xenófobos contra algunos jugadores del combinado inglés.
Unos días después, el diario The Guardian, profundizaba un poco más con un reportaje sobre varios trabajadores gitanos de Bulgaria, entre ellos un taxista, que relataba como algunos ciudadanos rehusaban montarse en su «asqueroso taxi» al ver que el conductor era gitano.
No contentos con eso, el gobierno búlgaro está diseñando lo que llaman la Estrategia de Integración Social (porque el nombre «La solución final» ya estaba pillado), un plan que busca limitar los embarazos de las mujeres gitanas y cambiar la denominación del colectivo. De aprobarse esta ley, los romaníes pasarían a ser «europeos no nativos» en lugar de gitanos a secas. Además, para reducir el número de nacimientos, el viceprimer ministro Krasimir Karakachanov ofrecerá abortos gratuitos a las mujeres gitanas y reducirá las ayudas sociales a todas aquellas madres que ya hayan tenido al menos dos niños en Bulgaria.
Lamentablemente este es el estado natural de un país miembro de la UE, donde una parte de sus ciudadanos son vejados, humillados y en innumerables ocasiones atacados violentamente.
En Hungría, otro Estado miembro de la UE, el líder de extrema derecha Viktor Orbán ha sumido al país en un régimen autoritario gobernado por un partido con conexiones neofascistas, imponiendo restricciones a la libertad de prensa, expulsando ONGs e incluso cerrando universidades. Sin olvidar la tradicional demonización de gitanos e inmigrantes, blanco de las iras de los cabezas huecas, sumiendo al país en un grave receso económico y social.
Y yo me pregunto, ¿qué necesita la UE para sancionar o expulsar a Estados miembro que se muestran abiertamente racistas y xenófobos?
Y es que no vale con ser miembro de la UE o ser potencias mundiales como EEUU o Canadá para medir las buenas/malas democracias. Seguimos viendo a diario manifestaciones supremacistas donde la violencia comienza de nuevo a repuntar. Y lo peor de todo es que parece que ya no nos sorprende, porque se ha instaurado el concepto generalizado y erróneo que es particular de nuestra concepción mundial de la democracia contemporánea y desarrollada: que los derechos y libertades individuales pueden protegerse y preservarse sin la participación constante y vigorosa de los ciudadanos en la vida pública, preocupándonos tan solo de privilegiar nuestras necesidades personales por encima de los fines colectivos esenciales, como por ejemplo, no permitir que los supremacistas y fascistas blancos armados marchen a través de una ciudad.
Aun no llego a un estado de preocupación máxima, pero si me inquieta que todavía no hayamos escuchado a los eurodiputados gitanos en el Parlamento. No sabemos nada de la nueva Secretaria General del Consejo de Europa, Marija Pejčinović y su posición sobre los programas (y recortes) con la comunidad gitana en el CoE.
Sigo viendo una disgregación preocupante entre la sociedad civil gitana europea. Veo demasiadas batallas aisladas, cada uno por su lado, cada uno con su guerra, con su barrio, con su asociación, con su proyectito…
No nos olvidemos que los grandes lazos de la democracia están con la sociedad civil, no con el gobierno. La política trata de cómo tomamos decisiones; La sociedad civil trata de quiénes somos.
Pero parece que pensamos que la democracia se instala y se auto configura sola y que cada cierto tiempo se actualiza por sí misma, como una aplicación en nuestro teléfono móvil.
¿Y cuál es el gran regalo de la sociedad civil al proceso democrático? La democracia trata de sacar lo mejor de nosotros en el espacio público, al tiempo que nos permite disfrutar de nuestras actividades individuales. En demasiados casos, hemos permitido que nuestra vida colectiva en común sea decidida por la política y no por los mejores actores de nuestra sociedad. Le estamos dando la espalda a la sociedad civil ¡desde la propia sociedad civil!
Veo un problema en la poca semejanza con lo que representa la sociedad civil gitana (activistas, organizaciones) y lo que la sociedad civil realmente significa. Falta organización y movilización. Hay una alarmante ausencia de debate público sobre la situación de la comunidad gitana en Europa, porque parece que el Brexit y coger un buen sillón en la Comisión Europea, colapsan el debate público en la UE.
Pero es que los movimientos sociales gitanos se han conformado con «llegar», pero ya sabemos que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Damos por sentado que por estar en una organización o autodenominarnos activistas ya es suficiente.
Hemos visto que algunas organizaciones sin ánimo de lucro se transformaron en instrumentos de prestación de servicios, se auto erigieron en «representantes de la comunidad» y han caído en las redes burocráticas, volviéndose irreconocibles para aquellos que vieron sus años de esplendor.
Una de las grandes lecciones que deberíamos haber aprendido en esta vieja Europa es que la democracia es bastante inútil si simplemente se hereda. Crecer en países que han disfrutado de sistemas políticos avanzados no garantiza que funcionarán automáticamente de manera efectiva. Para que realmente funcione, la democracia debe reinventarse en cada generación.
La sociedad civil gitana debe tomar nota de esto. No basta con ponernos la tarjeta de identificación de «experto» en asuntos gitanos. Es como si por haber ganado unas cuantas batallas, ya todo iría rodado. Como si entrar a formar parte del debate ya nos hiciera visibles para siempre. No, no es así. La sociedad civil gitana necesita reinventarse en cada generación.
No lo demos todo por sentado, no creamos que ya esté todo conseguido. No hemos conseguido nada aún. No hemos llegado a ningún sitio. Apenas hemos llegado a la puerta y hemos golpeado tímidamente con los nudillos.
Como dijo el activista de origen libanés Ralph Nader: «No puede haber democracia diaria sin ciudadanía diaria».