El virus se llama Antigitanismo

by Ramón Flores

Artist Bruno iyda Sagesse - Image source Facebook

Ya hemos visto esto antes. Una crisis –esta vez sanitaria– y el pánico, el miedo, la xenofobia y la intolerancia conducen a la sociedad a cometer actos deplorables. Por desgracia nada nuevo.

Siempre nos ha gustado pensar que estamos por encima del bien y del mal, por encima de la violencia, pero no somos más que una pieza de ese diabólico engranaje llamado racismo. Tenemos claros ejemplos de lo que sucede cuando permitimos que los miedos irracionales de grupos llenos de odio dirijan nuestros comportamientos y así intentamos buscar justificaciones a actos deplorables.

Con el número de casos de nuevos contagios por COVID-19, el mismo pánico al virus se ha transformado en algunos casos en actos de racismo contra las comunidades gitanas y también con personas de ascendencia asiática. De hecho, la extrema derecha española ya tuvo el «honor» de bautizar esta pandemia como el «virus chino».

Tampoco se salvan los gitanos en España. Cómo no. Nos hemos librado por los pelos que se llamase «el virus gitano», aunque por poco.

Hemos visto violencia contra la comunidad gitana en Bizkaia, con audios de WhatsApp regalando amenazas, o al alcalde de la localidad de Santoña afirmando que había que ser vigilantes con los gitanos porque se habían contagiado.

Pero la palma se la lleva Sevilla. El Comisionado para el Polígono Sur pedía que entrara el ejército en las Tres Mil Viviendas, donde el señor Jaime Bretón, que ostenta dicho cargo, afirmaba que «No podemos permitir que una minoría haga lo que le dé la gana». El señor Comisionado pedía la presencia del ejército porque algunos vecinos estaban celebrando en la calle un culto evangélico una vez decretado el Estado de Alarma.

Para quien no lo sepa, el Comisionado para el Polígono Sur de Sevilla es una figura política creada por el Ayuntamiento de Sevilla, la Junta de Andalucía y el Gobierno central, que pretende aunar la coordinación entre administraciones para mejorar, con la colaboración vecinal, las condiciones de vida de las miles de personas que viven en la zona sur de la capital de Andalucía.

Es decir, una figura pública que se supone debería estar cerca de las personas y conocerlas, pide una intervención militar. La desfachatez y el racismo de este señor aún no han recibido respuesta institucional y lamentablemente sigue en su puesto, poniendo en grave riesgo la seguridad y la integridad de ciudadanos españoles que son gitanos.

Pero el problema no termina ahí. Incluso otro racista confeso y orgulloso de serlo, el señor Alberto García Reyes, adjunto al director de ABC de Sevilla pedía el aislamiento de las Tres Mil, afirmando en un aberrante artículo que o «se aislaban de los gitanos o se contaminarían con su miseria».

Pero es curioso que estos adalides del orden y la ley lamentaran casi al mismo tiempo que la Policía Nacional desalojara la Catedral de Granada donde se estaba celebrando un culto católico durante el periodo de confinamiento, y que según algunos radicales de derecha se estaba vulnerando el derecho a la libertad religiosa. Vaya por delante que ambos casos, el de Sevilla y Granada son deplorables. Si no se puede salir y hay que estar en cuarentena, se está. Y punto. Todos.

Pero esto no es solo una crisis sanitaria. Es una crisis de humanidad.

A pesar de todo, oímos machaconamente eso de «todo va a salir bien». ¿Qué va a salir bien? ¿Exactamente qué? Cuando la pandemia remita, la sociedad volverá a su egoísmo natural, a su racismo disfrazado de humor, a mirar a otro lado cuando alguien tenga problemas. De hecho, cuando la cosa se calme, la publicidad vendrá a vendernos fórmulas para que recuperemos el «estado de bienestar» y volvamos a tener problemas del primer mundo. Si Netflix va a poner la serie que nos gusta o cómo van a ser las próximas parejas que se vayan a una isla a poner en juego su relación.

La única manera de protegernos del racismo es creando conocimiento continuamente, a todos los niveles. El problema ocurre cuando en medio de una pandemia el racismo y la xenofobia pasan a un segundo plano y no se hace lo suficiente. Podemos tener democracias sólidas en Europa, dotadas de mecanismos para afrontar delitos de odio, pero seguimos sin herramientas para prevenirlo y seguimos repitiendo los patrones de los últimos treinta años: movernos a impulsos y acuciados por la necesidad y la urgencia.

Un claro ejemplo lo vemos en un informe interno de la Comisión Europea donde recomienda retrasar una serie de iniciativas destinadas a estrategias para la igualdad LGBTI y de las comunidades Romaníes europeas previamente planificadas para finales de 2020, que pueden retrasarse hasta el próximo año, porque «se deben priorizar en primera instancia aquellas iniciativas que contribuirán directa y significativamente a superar la crisis COVID-19, mientras posponen otras hasta recuperar el funcionamiento normal y pueda reanudarse más adelante en 2021».

Como si durante la pandemia el racismo se pusiera en modo «pausa».

Ya hablamos en El Desván de  esto cuando afirmábamos que el problema surge cuando ignorar deliberadamente el racismo se convierte en una herramienta de aceptación social. Al negar la injusticia se hace innecesario enfrentarla, se convierte entonces en problema de «los otros».

Llama la atención lo que muchos piensan, que el racismo surge así, de repente, que aparece solo cuando se eleva un caso a noticia y sale en prensa y que el resto del tiempo nuestras sociedades son balsas de aceite con convivencias sanas y pacíficas. Esto que ocurre en mitad de una pandemia en Sevilla, Cantabria o Euskadi está anunciado desde hace décadas; se sabía que iba a ocurrir y ha ocurrido.

Esto es un síntoma más de una enfermedad mayor. Romantizamos la cuarentena y nos quedamos en casa porque otros están ahí fuera, pero nos importan muy poco. Unos tienen techo y comida. Otros no tienen ni siquiera acceso al agua corriente. Ya se les ayudará cuando se pueda…

El Covid-19 es simplemente un poco más de leña en un fuego que lleva mucho tiempo encendido, pero debería preocuparnos más que podamos interpretar estos hallazgos como algo temporal y que se acabará con la pandemia. Esto no será así. La pandemia actual proporciona una salida y hace que sea más fácil justificar la desigualdad.

Sabemos del potencial del racismo en las sociedades modernas porque anida en cada estrato de ellas. Pero una cosa es que podamos alertar a los gobiernos y a las sociedades que pueden surgir estos brotes de racismo y de falta de humanidad, y otra cosa es que éstos tengan los conocimientos (y la voluntad) necesarios para predecir y prevenir cuándo va a saltar un caso flagrante de abuso contra las comunidades gitanas. Es la profecía auto-cumplida hasta el infinito.

*Imagen de Bruno Iyda Sagesse. Fuente Facebook