EEUU quiere librarse del racismo. Europa aún no está preparada
by Pedro Casermeiro
Las generalizaciones nunca hacen honor a la verdad, EEUU no quiere librarse del racismo, parte de él quiere seguir igual que como hasta ahora, incluso puede que quiera utilizar el pretexto de una nueva crisis económica para ahondar aún más en las desigualdades sociales y económicas –desigualdades que, por su puesto, siempre afectan sistemáticamente más a quien no es blanco–. Sin ánimo de alargarme en aclarar el título, sí que me gustaría hacer mención que el partido demócrata, que debe representar a la mitad de los ciudadanos estadounidenses, ha manifestado su voluntad de luchar contra la violencia policial y, lo que es más importante, contra la ‘injusticia racial’.
Hoy ha sido la primera vez en mi vida que he escuchado el concepto ‘injusticia racial’ y, sin entrar en una definición concreta y las implicaciones que conlleve dicha definición, me parece que el mundo puede empezar a cambiar con tal término. El simple hecho de que la televisión pública de este país emplee un término así en sus noticias es un claro marcador de que algo se está moviendo.
En una de las muchas y emocionantes imágenes que nos están llegando estos días de las protestas que tienen lugar en Estados Unidos, me impactó una en especial. Stephen Jackson sostenía en sus hombros a Gianna, la hija de su amigo George Floyd, y le preguntaba ‘¿Qué hizo tu padre?’ y la hija con orgullo respondía ‘Cambió el mundo’.
Dos meses antes de que George Floyd falleciera estrangulado por un policía de Minneapolis, Ahmaud Arbery, un joven afroamericano, fue tiroteado por un expolicía y su hijo mientras hacía deporte porque creían que era un ladrón. El 13 de marzo, en una operación antidroga, una técnica de emergencias sanitarias moría en su casa tras recibir 8 disparos de la policía en una casa en la que obviamente no encontraron droga, sólo a una mujer afroamericana, Breonna Taylor.
Tres casos muy seguidos, el último especialmente escalofriante, han servido para que parte del mundo empiece a comprender algo, la ‘injusticia racial’. Son ya más de quince días los que duran las protestas en todo Estados Unidos, protestas que se han extendido también a diferentes ciudades europeas. Hemos visto a presidentes como el de Canadá, Justin Trudeau, protestar de rodillas 8 minutos y 46 segundos, el tiempo que agonizó George Floyd bajo la rodilla de un policía. También han protestado así todo el grupo parlamentario demócrata estadounidense. Y es precisamente la convicción mostrada por parte de tales actores políticos que me lleva a pensar –quizás el término correcto sea ‘soñar’– que el mundo puede estar cambiando, tal y como decía orgullosamente la hija de George Floyd.
Ahora mismo el racismo institucional forma parte de la campaña política en EEUU. Joe Biden, candidato demócrata a la Casa Blanca anunciaba que, si gana las elecciones, en sus primeros 100 días de presidente abordaría el racismo institucional. Por su parte, Donald Trump, actual presidente del país, ante la mejoría del empleo en el país dijo: “Ojalá que George nos esté mirando ahora mismo desde arriba, estará diciendo que esto es algo muy bueno para nuestro país. Es un gran día para él, un gran día para todos. Es un gran día en términos de igualdad”.
La intención de la bancada republicana no es otra que mantener las cosas tal y como están hasta ahora: generar empleo, generar dinamismo económico, generar riquezas para unos –de color blanco sistemáticamente– y generar empleo precario y pobreza para otros –de color más oscuro sistemáticamente–. Dicho de otra manera, lo que realmente quiere Donald Trump es mantener las estructuras de opresión económica, social y política que han conformado a su país.
Lo importante es que uno de los candidatos quiere combatir el racismo institucional. ¿Qué es el racismo institucional? Muy simple, cuando un estado mediante sus políticas perjudica y discrimina sistemáticamente a un grupo étnico o cultural diferenciado, con el tiempo acaba generando sólidas estructuras de desigualdad social. Por ejemplo, cuando un estado prohíbe su lengua a un pueblo, cuando un estado prohíbe los oficios tradicionales de un pueblo, cuando un estado te convierte en esclavo, cuando un estado dirige un proyecto de exterminio, cuando un estado prohíbe mencionar tu nombre, cuando un estado manda a la policía vigilarte de manera especial, cuando un estado te aparta de los centros de las ciudades y te segrega geográficamente, cuando un estado silencia tu historia en currículum escolar, cuando un estado no garantiza de facto la igualdad en el ejercicio de tus derechos como ciudadano, al final acabas formando parte del estrato social, económico y político más vulnerable de la sociedad, por ser diferente. Eso es racismo institucional.
No caigamos en la trampa de creer que con tener un policía, un profesor, un médico, un juez o un presidente de país perteneciente a un grupo racializado se soluciona algo. La estructura sigue siendo la misma. Tenemos el ejemplo de Barack Obama, presidente 8 años de los Estados Unidos, no consiguió detener ni mitigar el racismo. El racismo no es una simple cuestión de estereotipos y prejuicios, es algo mucho más profundo.
Ahora Estados Unidos se encuentra en la disyuntiva sobre qué hacer para combatir la injusticia racial: corregir el racismo institucional o seguir generando dinamismo económico. Y lo que miro con esperanza es que allí ya se habla de ello. Aquí, de momento no. Aunque las manifestaciones están llegando a nuestro país y al resto de Europa, de momento son minoritarias y parecen moverse más por el eco mediático que causa EEUU que por la toma de conciencia de lo que aquí también sucede.
Durante este confinamiento se ha hecho patente el trato desigual a grupos racializados por parte de los medios de comunicación y de la policía[i]. Pero a este lado del Atlántico no sucede nunca nada, nadie se perturba. Murió Manuel Fernández a tiros de una escopeta por unas habas que ni siquiera llegó a tocar, y no pasó nada. La semana pasada, la policía francesa apaleaba a un niño de 14 años gitanos, Gabriel Djordjevic. Francia callada. Hoy, cuando escribo estas palabra, acabamos de conocer, por las redes sociales, de la muerte de Daniel Jiménez en los calabozos de una comisaría en Cádiz. De momento no ha aparecido en los medios y no espero a que lo haga, sería como autoinculparse de ejercer el mismo racismo del que todos nos quejamos y no comprendemos que exista en EEUU. No espero que suceda nada.
Este país es aún demasiado racista como para reconocerlo, está en contra de la violencia policial en EEUU contra la comunidad afroamericana, pero no está en contra de la violencia y los crímenes de la policía cometidos aquí contra gitanos, magrebís o afrodescendientes. Europa es racista, lo ha sido en los últimos seis siglos. Aún no está preparada para poder reconocer que es racista, lo silencia, lo esconde debajo de la alfombra. Pero en Estado Unidos ya no sólo son las propias víctimas del racismo quienes quieren mirar debajo de la alfombra, también la sociedad blanca, la mitad de su arco parlamentario, por lo menos en época electoral.
Mirar debajo de la alfombra les va a doler, porque esconden el dolor del sometimiento y genocidio de los pueblos nativos y de la esclavitud de África, pero estoy seguro que acabarán pasando por ese trauma. Cuando el gigante racista de Estados Unidos se tambalee y caiga, luego le seguirá Europa. Tiempo al tiempo. Paso a paso.
El asesinato de George Floyd bien puede haber servido para cambiar el mundo.
[i] Informe que recoge manifestaciones de racismo y xenofobia ocurridas únicamente durante el estado de alarma en España, redactado por El Equipo de Implementación del Decenio para los Afrodescendientes en España y Rights International Spain
Comunicado de SOS Racisme sobre el Control y abuso policial en pleno estado de alarma por Covid-19 http://www.sosracisme.org/comunicat-control-i-abus-policial-en-ple-estat-dalarma-pel-covid-19
[ii] Foto de portada de Reuters