A vueltas con la apropiación

by Ramón Flores

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Coger prestado de otras culturas es algo altamente inevitable y, a veces, es incluso potencialmente positivo.

Cuando el término “apropiación cultural saltó del mundo académico en el campo de la sociología y la antropología al Internet mundano, aparecieron las voces que decían que Eminem no tenía que rapear porque no era negro o que no estaba bien que Fosforito cantara flamenco sin ser gitano. Yo personalmente podría seguir viviendo sin ver cantar más a Fosforito, pero creo que estos debates están entrando en un terreno pantanoso bastante alarmante.

Hoy, en todas las casas gusta de tener la cafetera de diseño que nos prepara un exquisito café espresso, inventado en Milán en 1906. Todas las casas tienen esos pantalones vaqueros, jeans o tejanos inventados por Levi Strauss en 1871, que le añadió remaches para reforzar costuras y bolsillos en los pantalones de los hombres que trabajaban en las minas. Tanta gente que sabe preparar un rico pollo tikka masala, originario de la región de Panyab…

¿Es esto apropiación cultural? El pensamiento mayoritario diría que no. Personalmente considero absurdo que las personas limitemos nuestra inspiración cultural a nuestras raíces en Andalucía, Cataluña o la región occidental de la península de los Balcanes.

No, obviamente esto no es apropiación cultural. La apropiación cultural, desde un punto de vista más academicista es cuando aquella apropiación la perpetra una cultura dominante sobre otra que ha experimentado opresión a lo largo de su historia. No es solo un comportamiento de unos sobre otros, sino una forma de discriminación estructural, lo que significa que está respaldado por autoridades con poder. El racismo, la homofobia y el sexismo son formas de opresión.

En pleno siglo XXI, la apropiación cultural parece inevitable y no siempre es positiva. Es cierto que tenemos que dejar de proteger culturas de manera ingenua y paternalista en un esfuerzo por preservarlas, porque puede resultar contraproducente, pero tenemos que ser conscientes de ver la diferencia entre apropiación e intercambio.

El intercambio cultural es diferente a la apropiación cultural. Cosas como las que veíamos más arriba, como el café, los vaqueros o recetas de cocina no son apropiación cultural en cuanto no implican poder de unos sobre otros. A lo largo de la historia los pueblos han hecho intercambios culturales de forma voluntaria, principalmente a través del comercio.

Porque el intercambio no es asimilación, que es cuando las culturas minoritarias se ven obligadas a adoptar características de una cultura dominante para encajar y se hace para asegurar la supervivencia y evitar la discriminación.

Con los aspectos culturales de las comunidades gitanas nos encontramos a veces con esa tan hablada apropiación cultural y pocas veces con apreciación cultural.

Porque también es importante comprender que existe una diferencia entre apreciación y apropiación. La apreciación es cuando se busca comprender y aprender sobre otra cultura en un esfuerzo por ampliar su perspectiva y conectarse con otros de manera intercultural.

Recordemos que la apropiación cultural también tiene la mala costumbre de dar crédito al grupo dominante por aspectos de una cultura que han tomado, reforzando el desequilibrio de poder entre los dos grupos.

Y aquí radica el quid de la cuestión con respecto a la cultura gitana. La periodista Carmen Romero hablaba de algo parecido en su artículo “Chonismo de bien” donde habla de artistas como Bad Gyal o C Tangana que utilizan la hipersexualización y los tópicos de la vida de barrio como las drogas o vestir con chándal y un hablar vulgar, como si fueran una liberación y una forma de empoderamiento, cuando esto está más cercano a una estrategia comercial para vender riñoneras Gucci a 500 euros.

Esto ocurre inevitablemente con la colonización de la industria del arte y las comunidades gitanas. Rosalía puede cantar una canción de los Chunguitos y es un acto artístico revolucionario y transgresor. Sin embargo, la versión original queda como algo rancio de los bajos fondos.

Porque con la cultura gitana no hay ni intercambio ni apreciación cultural.

Uno de los últimos reductos del buen flamenco es la Bienal de Flamenco de Sevilla, donde hasta hace poco yacía implícito que el arte del flamenco es un arte del pueblo gitano, una de las mayores aportaciones de los gitanos al mundo, o como decía en una entrevista Tomás de Perrate: “el flamenco es arte universal, pero nosotros, los gitanos, cuando cantamos flamenco estamos haciendo algo más que música. Nosotros transmitimos de forma oral nuestra cultura gitana. Cuando nos juntamos en nuestras bodas, bautizos o reuniones familiares siempre está presente el cante porque es una de las pocas formas que tenemos para perpetuarnos”.

Pero cada vez hay menos presencia gitana en los circuitos culturales y Sevilla, otrora capital mundial del flamenco, se ha convertido en un macro tablao para atraer extranjeros. Y aquí, haciendo uso de una mal entendida diversidad, hay más payos que gitanos haciendo un flamenco que no lo es. Y haciendo esto, tienen más crédito y reconocimiento que los gitanos que sí hacen flamenco.

Además, hay payos flamencólogos que afirman desde su cátedra inventada que el flamenco no es un arte de los gitanos, que sí, que han aportado cosas, pero que ni muchísimo menos es suyo…

Pero el verdadero problema de la Bienal de Flamenco no es el flamenco en sí; es la notoria ausencia cada vez más latente de gitanos en los escenarios. La falta de diversidad es un problema para toda la industria, pero el problema es particularmente visible en la Bienal y en los circuitos flamencos, donde los productores quieren vender cultura y diversidad e intentan mostrar aceptación multicultural, pero el mensaje oficial es presentar propuestas con las que triunfar en el panorama internacional. Puro márquetin.

Y es que, en mi modesta e inexperta opinión, en la Bienal o en cualquier circuito flamenco, hace más falta Inés Bacán cantando letras sobre los campos de exterminio nazis que una coreografía con señores en calzoncillos.

Y no, no estamos diciendo que los no gitanos no hagan flamenco. Todo lo contrario. El flamenco es universal, lo gitano es universal y de “código abierto”, para todo el mundo. Lo único que se pide es aparecer en los créditos, y no como un adorno de lo “mainstream”.

Porque si queremos utilizar y disfrutar de la cultura gitana, hay que empaparse de lo gitano, no solo bailar, cantar o disfrazarse de gitano. Es necesario que la gente pueda ver el flamenco como una oportunidad para entender lo gitano, qué nos afecta, qué nos molesta, a qué aspiramos, qué creemos que es injusto.  Sabemos que el flamenco no va a resolver el racismo y el odio hacia los gitanos, pero es un primer paso para conocer al pueblo, porque la música es un altavoz que cala profundo en las sociedades modernas.

Porque si no prestamos atención a esto, caemos en el “Cherry-picking”, un término anglosajón que hace referencia al hecho de seleccionar lo mejor de algo, o bien, seleccionar lo peor de algo, o bien, seleccionar algo a la carta, sin involucrarse con la cultura original. Es una oportunidad enorme y desaprovechada de perpetuar el progreso de la humanidad a través de las artes.

La parte más importante del intercambio cultural, y lo que mejor lo distingue de la apropiación, es que el intercambio es mutuo. A través del aprecio y el intercambio, poder compartir algo sobre sí mismo, aprender algo sobre otras culturas y participar en un entendimiento mutuo de los antecedentes y la cultura de los demás.
Porque el flamenco es reivindicación, es queja, es historia y es un grito contra la injusticia.

Bienvenidos sean los que entienden, aprenden y aprecian, como hace El Cabrero y sus fandangos republicanos.

Viva Eminem y viva El Cabrero!

 

*Imagen de www.labienal.com anunciando el espectáculo ‘Romanés’ de Israel Galván