El buen camino del cante gitano
by Juan José Suárez Laso
*Imagen de Tatsumi Shimura
Para conocer el flamenco siquiera un poco mejor, hay que rastrear el origen del cante gitano allí donde tiene comienzo un viaje musical que atraviesa más de mil años de tiempo y desandar un camino largo y nocturno que nos llevará al íntimo lugar donde nace.
Las melodías, las tonalidades, la rítmica y armonías que produce el cante gitano son las mismas que escuchamos en los actuales cantos qawwali, arte religioso musical, de nuestras queridas Pakistán e India. La técnica vocal utilizada en el cante es la misma que se aplica en esos cantos místicos que hablan de amor, o búsqueda de lo divino. Los grandes maestros de este canto se enmarcan dentro de la escuela Sufí del Punjab. Sobre todo, Nusrat Fateh Ali Khan; si se escucha el cante de este hombre, inmediatamente, son recordados los ecos gitanos. Idéntica naturaleza, vigor espiritual y un sereno grito de auxilio.
La serena voz, fatigada por el ansia y la crueldad, es la que se acerca a dios recreando la naturaleza misma del mundo. Dios es filtrado por el remedio de la dulce y sosegada voz del hombre aterrado. De la destreza del gitano para engarzar alegría y espanto surge la sortija del cante, una joya. ¿Cuándo dejó el gitano de celebrar al amor y la risa para ser obligado a cantar el dolor y el miedo? ¿Qué fue lo que produjo este fatal y fértil cambio? Si miramos la genealogía del cante gitano aparecen tres gestos que pueden responder: toná-martinete, seguiriya y soleá. Y los tangos gitanos son el fruto más amable, dulce y suculento del cante. Cante que surge en el ámbito doméstico de las casas gitanas. Y esta palabra, “casas”, en dos sentidos: hogar y linaje o familia.
Son los silencios y las intimidades de casa las que procuran que el cante se dé; en la intimidad está el eco gitano que no alza la voz por no sobresaltar la respiración de los pajarillos. En los principios históricos del cante no hay exhibición ni asomo a la calle, hay ternura y un recogimiento de arrullo; hay disciplina y ciencia; hay educación y firme finura. Es aquí, en casa, donde los linajes del cante, el toque y el baile se forjan templando y custodiando esta joya que de puro tiempo está sin brillo, como las voces roncas de las gitanas. Por eso existen “casas cantaoras”, familias que atesoran el cante en su alacena y que en un momento dado, allá por la mitad del XIX, sacan a la calle sus riquezas. El cante es desarrollado, en otro ámbito, por finos estilistas gitanos que van esbozando el flamenco, fijando una nueva sonoridad que cumpla con los exigentes requisitos de su oído. Por eso, y a partir de ahí, la polémica “cante gitano” “cante payo” no es más que una pugna entre oídos y sonoridad de voces de distinta naturaleza; el origen del cante no está en discusión, nunca estuvo a debate, lo que se dirime aquí, en esta duradera discordia, es una necia cuestión de estilo.
Los gitanos españoles dejamos de cantar el amor hace cientos de años porque el lugar del apestado no es sitio para cantar el amor; este próximo 4 de marzo hará exactamente 623 años. Tuvimos que cantar el miedo con voz muda para no despertar la envidia insana del castellano, que cambió nuestra vida por muerte civil; forzados a cantar desde la desesperación, cruel compañera de viaje. Un largo camino de siglos desde nuestro Rajasthan y Punjab natal; Latchó Drom, el buen camino, bendecido por una mirada llena de armonía y serena aceptación de la existencia, consagrado a ajustar un mundo chirriante. Los gitanos hacemos este buen camino luciendo una firme naturaleza transgresora y revolucionaria, hondo y profundo transformar las cosas por una mirada orgullosa que eleva la existencia y construye el sí del mundo. Así, nuestro miedo permanente muda, cada vez, alegría y sonrisa antes de ser ponzoña de odio enquistado. Esta mirada trae el regalo del flamenco, estimado en todo el mundo como un tesoro benéfico para la humanidad y que nace de la humillación hecha ley.
Dice Sebastián Porras, periodista, escritor y educador. “[…] El cante gitano primitivo es áspero, profundo y grandioso. Mi cante es mítico, vehículo que libera el prodigio de mi verdad. El misterio del cante de mis tías está encerrado en siglos de duquelas y alegrías que ellas glosan con honradez liviana y deslumbrante. El cante gitano, bien dicho, esquiva la trampa y el engaño porque de su germen nace la honestidad del hombre desnudo ante las inclemencias de su existencia. En cada tercio de un martinete, mi primo se entrega a tumba abierta, azuzado por su angustia y su desamparo, en un combate perdido de antemano. Mi cante es gloria y nobleza. Mi salvación”.
Desde aquí, dar las gracias a este medio que sugirió un artículo como éste con el fin de generar opinión e incitar a todos a reconstruir esa mirada olvidada y afinar el mundo con los sonidos más exquisitos y firmes de occidente, el cante gitano.