¡Viajeras al tren!

por Mercedes Porrras Soto

Bourdon,_Sébastien_-_Le_Camp_de_Bohémiens‘Le Camp de Bohémiens’ de Sébastien Bourdon

Cojo el tren de la mañana y todo está como siempre, como antes de vivir en torno al «bicho», grupos de jóvenes hablando, ejecutivos vestidos elegantemente, parejas cogidas de la mano y mujeres, muchas mujeres que hacen viaje, a saber por qué motivo.

Lejos ha quedado el hecho de sentirse vigilada y observada por el hecho de viajar sola. ¿Son imaginaciones mías o hemos dejado atrás el miedo a ser mujer en un mundo cada día más diverso? En cualquier caso, las gitanas ya no necesitamos exclusivamente la protección del acompañamiento grupal o masculino para poder desarrollar nuestra vida diaria. O puede ser me equivoco y es el traqueteo del tren que me hace pensar.

En algún momento hemos dejado la comodidad del viaje bullicioso y lento de las caravanas de gitanos y gitanas, al paso breve y cansado de las caballerías, marcado por el sonido de los violines y de los niños. Peregrinaciones laicas de núcleos familiares enteros en busca de mundos mejores. Podría afirmar y afirmo que imágenes como las de Sebastien Bourdon, haciéndose eco de esos momentos, son pura historia del arte y de la estética, pero también de nuestra historia de vida. No puedo dejar de imaginarme, mientras miro por la ventana del tren, grupos de gitanos y gitanas haciendo parada en el camino y aún veo más nítida la imagen de las mujeres gitanas amamantando a bebés sentadas en el suelo. Dios mío, este tren corre demasiado y no me da tregua para fijarme en las caras de las gitanas que preparan gustosamente la olla. Quizás sería mejor que durmiera un poco antes de llegar a mi destino, si no, no seré persona cuando llegue a la estación.

Ahora que duermo, al menos tengo la sensación de que lo hago, sueño o pienso, no sé, en todos los procesos de cambio en los que hoy en día estamos involucradas las mujeres gitanas. Me gusta pensar que son procesos, que no hemos llegado al final y que todo se mueve y que debe continuar moviéndose. Me gusta imaginarme, como mujer gitana que soy, que nuestras vidas continúan guardando la esencia de lo primigenio pero que a la vez incorporamos nuevas formas de existencia que se adaptan a los tiempos y en nuestra voluntad.

No quiero ni pensar que las mujeres gitanas tengan que renunciar a su estatus de madre y luz del hogar, de hecho ninguna mujer sea gitana o no, pero tampoco acepto el hecho de no atreverse y correr el riesgo de ser muchas cosas más. El peligro existe, no lo negaré, el peligro de caer en el rechazo, en el ostracismo, en la negación por parte ajena o la duda de ser o comportarse como gitana o no. ¿Quién dijo que sería fácil? Pero de dificultades quién más sabe somos nosotras, las mujeres gitanas. Las hemos sufrido y las sufrimos en todos los ámbitos pero estas afecciones, como otras, no nos hacen más débiles, todo lo contrario, nos fortalecen y ennoblecen y ¡de qué manera!

Vivir la vida de mujer gitana no es una bagatela, nuestros padres, hombres e hijos bien que lo saben, quizás no lo dicen, pero lo saben, quizás no lo reconocen públicamente, pero lo piensan. Quizás incluso nos envidian. Si yo fuera hombre, y gitano, anhelaría las capacidades y aptitudes que las mujeres gitanas atesoran, las herramientas que tienen para sobrevivir y adaptarse a cualquier contratiempo por intrincado que sea, la fortaleza que transmite y aplica y los conocimientos que traspasa al resto. ¿Quién no querría ser mujer y gitana?

El megáfono del tren me acaba de espabilar y me informa que mi destino se acerca. Y como divagar aunque es gratuito, me pregunto si dos vagones más adelante, mi hermano, que es hombre y es gitano, también ha aprovechado su ratito de siesta para soñar cositas tan buenas como yo.

Sea como sea, ¡viajeras en el tren!