¿Y a quién le importa Stanislav Tomáš?

por Ramón Flores

Protestas en Praga

La teoría del caos dice que el simple aleteo de una mariposa puede provocar un cataclismo en la otra punta del mundo. El 25 de mayo de 2020 en Minneapolis, George Floyd moría asesinado a manos de un agente de policía. Horas después, el mundo ardía.

Cuando el pasado el 19 de junio de 2021, un policía en la localidad de Teplice, en la región de Bohemia en la República Checa presionaba con su rodilla el cuello de Stanislav Tomáš hasta matarlo, las autoridades checas tardaron muy poco en afirmar que no había que apresurarse en tachar este hecho como un acto racista.

Pocas horas después, el primer ministro checo, Andrej Babiš, y el ministro del Interior, Jan Hamacek, mostraban su apoyo a los agentes y a la institución policial.

Babiš agradeció a los agentes de policía por su trabajo: «no lo tuvieron fácil», (gracias por matar a una persona, chicos, buen trabajo) y comentó que las personas agresivas no pueden esperar que las traten con guantes de seda. Babiš declaró que una autopsia judicial demostraba que Tomáš no murió a causa de la intervención policial, añadiendo además que: «Esto es triste, pero una persona normal y respetable tendría dificultades para meterse en una situación así».

El efecto mariposa al revés. El cataclismo destruyó a la mariposa.

En realidad, dudo de que alguien a estas alturas se siga sorprendiendo de esto. Lo sorprendente sería encontrar condena, apoyo y comprensión para la víctima y su familia. Pero se lo merecía, Tomáš era un gitano que por lo visto iba drogado (o no, quién sabe) y atentaba contra la seguridad de los agentes de la ley. ¿Qué podían hacer los pobres policías?

Muchos se siguen preguntando si esto del racismo sistémico está bien definido, porque, en circunstancias normales, un uso excesivo de la fuerza por parte de las autoridades policiales suele quedar impune y cuando se declara culpable a un policía o cualquier otro agente de la ley, los lobbies de sindicatos policiales, conexiones con las fiscalías y demás, reciben un respaldo político donde hallamos una relación simbiótica bastante palpable.

El problema de comparar el caso de Floyd con el de Stanislav es que las comunidades gitanas en Europa y el resto del mundo siguen siendo ciudadanos de cuarta, quinta o sexta categoría y la República Checa no es Estados Unidos.

La diferencia es que, a las pocas horas de morir Floyd, cientos de miles de personas en todas las ciudades de los Estados Unidos, salieron a la calle en un momento de dolor e indignación que rápidamente dio paso a un debate que traspasó las fronteras norteamericanas. En menos de un mes, el movimiento #BlackLivesMatter fue reivindicado por una nación entera y por el resto del planeta.

Apoyo de políticos de casi todos los signos (menos los de extrema derecha, claro), tanto en España como en el resto de Europa fueron claramente visibles. Debates en los parlamentos nacionales. Eurodiputados pidiendo la palabra para mostrar su apoyo a las comunidades afroamericanas y condenar explícitamente la violencia basada en motivos raciales.

Y es que, las cosas como son. Los norteamericanos en cuestión de marketing, no tienen rival y los europeos, como buenos actores secundarios, son los mejores compradores de cualquier cosa que salga del país de las barras y estrellas.

Porque sí, hay víctimas de primera y victimas de cuarta, pero eso no es culpa de las víctimas. Las víctimas, víctimas son, muertos se quedan.

Un año después de lo de Floyd, el policía fue declarado culpable y condenado a cárcel. Los activistas norteamericanos mostraron alivio, aunque pedían más, ya que las comunidades afroamericanas en aquel país siguen siendo las más castigadas por el racismo sistémico e institucional que impera en aquel suelo.

Y es que, como decía antes, a los norteamericanos no hay quien les gane haciendo marketing, porque la narrativa del discurso —casi retransmitido en directo por televisión, reportajes recogiendo testimonios de otras víctimas, protestas, juicios, declaraciones de famosos, deportistas clavando las rodillas al suelo— fue sencillamente perfecta. Por eso Hollywood está en California y no en Santa Coloma de Gramanet o a las afueras de Teplice.

También es justo decir que todo esto se debe a los innumerables aliados que tienen aquí en Europa. Cualquier colectivo, fuera cual fuera su radio de acción, no dudó en salir y apoyar a la familia de Floyd, a hacer comunicados oficiales y a levantar el puñito en señal de lucha. ¿Quiénes son los aliados de las comunidades gitanas?

El racismo sistémico sigue presente. En Estados Unidos y en Europa, y a pesar de que nadie es capaz de acabar con él, unos saben combatirlo y los otros no. Adivinen quién es quién.

El pueblo romaní sigue siendo torpe y lento a la hora de entender el activismo. Siempre dependiendo de un poder superior. Siempre a expensas de que el Consejo de Europa pida una investigación independiente, que una organización privada reaccione o que el partido político de turno haga alguna declaración a través de algún diputado raso (y a ser posible, racializado, que le da más empaque).

Siempre se necesita una tutela y alguien que nos lleve de la mano. Porque, además, los supuestos aliados que deberían tener las comunidades gitanas, no suelen tener la iniciativa por sí mismos para apoyar, reivindicar y protestar juntos.

Mientras escribo estas líneas, a duras penas se ha conseguido juntar a un centenar de personas en Madrid y en Barcelona para protestar frente al consulado checo.

Cuando ocurrió lo de Floyd, las comunidades gitanas sí estuvieron ahí. Cuando el estado de Israel estaba matando civiles en suelo palestino, las comunidades gitanas estuvieron ahí. Cuando las mujeres han sufrido la violencia machista, las comunidades gitanas estuvieron ahí. Cuando sucede un ataque homófobo, las comunidades están ahí.

Pero ahora las comunidades gitanas siguen estando solas, desamparadas, sin unión. Cometiendo la torpeza de comparar y pedir atención escribiendo en carteles #RomaLivesMatter, que, con todo el respeto, suena igual de ridículo que el #WhiteLivesMatter. Algunos incluso se sentirán satisfechos si algún periódico saca un titular ridículo diciendo que Stanislav es el nuevo George Floyd.

Será un grave error, uno más, el comparar víctimas y pretender hacer de Stanislav el Floyd gitano, porque ninguno de los dos son mártires. Son víctimas, murieron asesinados a manos de la policía. Cada una en un país distinto.

Las comunidades gitanas pueden caer fácilmente en esta narrativa copiada, porque no tenemos cultura en activismo. Tenemos cultura en asociacionismo. En proyectos para mi barrio, para mi asociación y para publicar fotos en redes sociales de las muchas cosas que hacemos con los chavales gitanos. No tenemos una visión global. No tenemos estrategias. No sabemos a dónde vamos porque no sabemos a dónde queremos ir. Oímos campanas y nos movemos hacia donde suenan, pero no sabemos por qué suenan. No sabemos hacerlas sonar.

En los últimos tiempos nos hemos centrado exclusivamente en debatir sobre lo simbólico (quién tiene privilegios, quién tiene poder, quién debe cambiarlo) y nos hemos olvidado totalmente de lo material: las desigualdades y la violencia. Ambas se cobran vidas.

Seguimos queriendo que los que ostentan las riquezas y el poder “se den cuenta” de sus privilegios y de su opresión mientras nosotros hablamos sobre simbolismo, centrados en la performance y olvidando el motivo.

Llevamos más de 40 años mirándonos el ombligo, creando ídolos más que líderes y alimentando egos. Aunque también es justo decir que el sistema europeo no es el sistema norteamericano. El poder de la sociedad civil en Europa sigue siendo escaso y confuso. Y el conocimiento de cómo ejercer poder desde la sociedad civil sigue siendo una quimera entre el asociacionismo romaní.

Stanislav Tomáš será un nombre más que unir a la lista donde se encuentran las víctimas húngaras que murieron a manos de grupos neonazis en 2008. Será una víctima más como Eleazar García en España. ¿Qué más da?

En España venderemos que tenemos un pacto contra el antigitanismo. En Europa se proclamará con orgullo que tenemos estrategias nacionales para la “integración” gitana. No se engañen, aquí no se están removiendo las conciencias. El resto de minorías están ocupadas en sus asuntos, los representantes políticos están repasando su narrativa parlamentaria y preparando tuits para dar “zascas” en España, y redactando cartas de protesta muy serias y muy concisas en los despachos de Bruselas. Humo.

Y aquí seguimos, con otra persona gitana muerta a manos de la policía, con el resto del mundo sin enterarse de qué ha pasado y ahí siguen las comunidades gitanas, sin saber hacia dónde moverse ni por qué hay que moverse.

 

*Fuente Imagen ‘The Sidney Morning Herald’